Hace diez años tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Recuerdo muy bien ese día. Estaba triste porque en la escuela no me iba bien en las materias relacionadas a ciencias económicas. Mi rendimiento no era el deseado y tenía algunos cuatrimestres por recuperar. En mi cabeza no encontraba una explicación. Mi alma sentía que el destino universitario era transitar la carrera de administración de empresas. Sin embargo, los tropiezos escolares comenzaban a encender una luz de alerta. Algo no andaba bien. ¿Era esa realmente mi vocación? ¿Estaba en condiciones de afrontar esos 5 años de estudio?
¿Por qué se presentan estas dudas justo ahora? Pensaba yo cuando faltaba apenas un mes para terminar sexto año de la secundaria. Mis amigos ya tenían toda la información de sus cursillos. Sabían cuándo empezaban a cursar, con quiénes podían compartir grupo de trabajo y los requisitos para ingresar a la universidad. En mi caso, el panorama era de más dudas que certezas.
En ese momento recordé a mi abuelo materno. El falleció cuando yo tenía 10 años y una de sus herencias fue la pasión por escribir. Logré conectar con mi yo de 10 años y entendí lo feliz que era al redactar una historia o imaginar que estaba en un medio de comunicación. ¿Será el periodismo mi verdadera vocación?
Luego de ese lapsus con mi infancia, le pedí a mi papá algunos consejos. Le conté que me atraía la idea de estudiar periodismo y él me recomendó inscribirme en la Licenciatura en Comunicación Social. “La comunicación es una ciencia más amplia”, fueron sus palabras. Te va a permitir desenvolverte en distintos campos y también te va a dar la posibilidad de trabajar en medios de comunicación.
Recuerdo aquel día con una emoción enorme. Ahí me encontré. Ahí estaba mi vocación. La pasión por la carrera que quiero para toda la vida. La comunicación social.