Joan Costa, y seguramente muchos otros pensadores de la comunicación social, recurren cotidianamente a la frase “la comunicación es acción”. En nuestra labor cotidiana no tenemos margen de error ni podemos distraernos de lo que ocurre alrededor. El hecho de no comunicar algo o no manejar los tiempos adecuados para dar respuesta frente a una situación de máximo riesgo pueden significar un problema difícil de remontar. Hace poco, uno de mis profesores de Maestría aseguraba que, quienes desempeñamos esta profesión, comenzamos cada jornada de trabajo sabiendo que vamos a gestionar la complejidad.
Frente a la vorágine descripta, pareciera que nos vemos obligados a sistematizar nuestras acciones para funcionar casi de forma automática. Sin embargo, el panorama exige todo lo contrario. Requiere profesionales de la comunicación despiertos y ágiles para tomar decisiones adecuadas a cada inquietud que se presenta en la vida institucional de nuestros clientes. El rubro pide personas que entiendan que en ciencias sociales no hay fórmulas mágicas ni ecuaciones que garanticen el camino del éxito. Es por ello que se vuelve tan desafiante mantener una buena performance a lo largo del tiempo. Los hábitos de consumo cultural cambian, las reglas de juego se modifican todo el tiempo y eso hace que tengamos que reinventar nuestras acciones acompañando nuestro quehacer cotidiano con un fuerte compromiso de capacitación profesional. Como ocurre en muchos rubros, los comunicadores tenemos que estar permanentemente aprendiendo a hacer cosas nuevas.
En este punto es donde se presenta una de las tantas dicotomías entre los comunicadores de perfil academicista y los que ejercen su labor desde una mirada profesional. Ambos, en algún momento, tienen contacto con las famosas matrices.
Para aquellos que están inmersos en el campo de la docencia y la investigación, estas herramientas de trabajo son primordiales para el análisis de sus objetos de estudio y la operacionalización de variables. Aunque a veces parezcan ajenos, los comunicadores de perfil profesional también hacen uso de las matrices.
Si bien pueden parecer estructuras rígidas, que exigen un tiempo considerable de trabajo para completarlas de manera adecuada, forman parte de la lógica de pensamiento que posee todo comunicador al esbozar una respuesta en su cabeza.
En este momento de mi vida, me considero más un comunicador de estilo profesional. Tengo un gran respeto por la aplicación de matrices como vía que permita resolver problemáticas cotidianas. Además, pienso que para alejarnos de esa automatización que describí anteriormente, debemos asumir el compromiso de estar todo el tiempo revisando nuestras prácticas. Para ello, las herramientas de evaluación ideales son las matrices.
Por último, comparto que no debemos detener procesos de trabajo por sentarnos a trazar detalladamente los pasos de una matriz. Entiendo que la profesión es dinámica y muchas veces tenemos que actuar con nuestro criterio y pulir el conocimiento para ser cada vez más acertados en las decisiones que tomemos.